Escribía Jean-François Revel que “es duro vivir sin ideología, ya que entonces uno se encuentra ante una existencia que no conlleva más que casos particulares, cada uno de los cuales exige un conocimiento de los hechos único en su género y apropiado, con riesgos de error y de fracaso en la acción”. Cierto, vivir sin ideología es agotador, pues nos obliga a ejercitar constantemente el intelecto; es decir, devanarnos los sesos sin garantía alguna de éxito y con el error siempre al acecho. Por eso preferimos no pensar demasiado y afiliarnos a esa religión pagana que es la ideología para alcanzar, por derecho o por fuerza, el paraíso en la tierra. Y esta preferencia tiene serias consecuencias.
La aversión a la realidad tiene efectos secundarios.
Javier Benegas
publicista y analista