Érase una vez una roca más o menos grande – grande, más bien, para lo que acostumbramos a pensar aquí en la Tierra- que siempre había querido viajar. Soñaba mirando las estrellas y preguntándose qué habría más allá de éstas, cómo sería tocar aquel fondo azul aterciopelado, casi negro… si sería caliente o frío… cuán lejos estaría.
Y, tanto soñó y pensó, que al final un día decidió ir a la agencia de viajes de su región.
Una vez allí, una amable señorita, que por su porte y belleza tenía toda la pinta de ser descendiente de las hermosas lunas pastoras, y probablemente de la mismísima Galatea, le indicó que preguntara por el despacho del señor Kuiper, propietario y gestor de la agencia.
El señor Kuiper era un señor muy imponente, no tanto por su estatura, pues era más bien achatado, sino por lo ancho y extenso de su contorno, todo redondito él, y de rostro bonachón y colorido. Decían de él que todo lo sabía sobre los habitantes del Cinturón y que llevaba el censo de todo viajero que por allí pasara o hubiese pasado, fuera a explorar lejanos y exóticos lugares o a dar un pequeño paseo por los alrededores, hacia zonas más cálidas y luminosas.
El señor Kuiper, una vez que nuestra roca hubo llamado prudencialmente a la puerta de su despacho y que hubo atravesado el umbral de su puerta, le dirigió una mirada profunda y llena de motitas que parecían reflejar la luz de un millar de soles y acto seguido le dijo:
- Vamos a ver, jovencito; tú no pareces el típico cliente que quiere salir del vecindario y acercase a visitar a los parientes de las áreas de Júpiter.
El señor Kuiper había levantado una ceja al final de su parlamento y se había quedado mirando a la roca con gesto inquisitivo. La joven roca, no se había planteado hasta ese momento dónde quería viajar concretamente, un destino, una ruta… Sin embargo, rápidamente echó un vistazo a la pared y descubrió en ella varios pósteres de unos gigantones redonditos que lucían cada uno un color distinto: el más pequeño de ellos, rocoso y envuelto en un tenue velo gaseoso, parecía tan sólo su propio primo de zumoSol. Había, en cambio, un hombretón enorme y azul bajo el que aparecía escrito en grandes letras: “ NEPTUNO, REY DE LOS MARES”; y otro de ellos recitaba:
Bandas, tormentas,
rayos y centellas,
del SEÑOR DE LOS DIOSES.
Pensó que todo aquello ya lo había visto de lejos y que los detalles se los habían contado ya muchos viajeros que volvían a Cinturón para un descanso, aquellos que seguramente el señor Kuiper anotaba en su agenda como “cliente número tal, tipo P”. Así que se giró en redondo hacia el señor Kuiper (lo que en realidad es muy fácil para una roca en el Cinturón del tamaño de nuestro amigo) y con una súbita decisión le miró a los ojos y le dijo:
- Quiero ver mundo. Quiero saberlo todo sobre los sitios que se atisban en los centelleos de los rayos de luz; quiero conocer cosas que no hayan llegado aún a nuestros oídos.
El señor Kuiper se sentó detrás de su mesa, la cual tenía una hendidura circular para que pudiera aproximar el tronco a la mesa sin obstáculo de su enorme circunferencia, y desplegó un catálogo muy curioso con imágenes fascinantes.
- La Nube de Oort -le espetó-. Poca gente ha llegado hasta allí, y menos asteroidillos como tú. ¿Es esto lo que te interesa?
- No, señor –contestó el asteroidillo-. Yo quiero ir más lejos aún. Poder recorrer esas maravillosas nubes de colores difusos que existen en otras regiones, ver los tonos de piel de las distintas razas de estrellas que existen en el firmamento, oír sus lenguas y la música de sus sistemas… Ya tendré tiempo de ver la Nube de Oort y el sistema local cuando vuelva cansado a casa.
El señor Kuiper abrió el cajón superior de la mesa y extrajo unos impresos y unas cuantas postales de cantos desgastados.
- Tengo un conocido en Alfa Centauri con el que podríamos arreglar un viajecito –contestó-. Pero has de saber que estos viajes no son tan comunes y sólo se organizan bajo encargo. ¿Es eso lo que quieres? –preguntó.
- ¿Sólo hasta allí? –fue la respuesta un tanto compungida del asteroide.
- Vamos a ver, que yo me aclare –contestó un tanto consternado el señor Kuiper-, ¿lo que tú quieres es hacer un viaje turístico o ser un explorador?
- Pues… ser un explorador; conocer los lugares sobre los que murmuran las estrellas, traer de regreso a casa historias que tan sólo sean tomadas como leyendas por los incrédulos –contestó el pequeño viajero.
- De acuerdo, entonces –asintió el señor Kuiper-. Haremos lo siguiente, pues: organizaremos un lanzamiento extraordinario que te catapulte en órbita hiperbólica en los alrededores del Sol, donde cogerás impulso para atravesar el lado opuesto de Cinturón y salir hacia lejanas tierras. Yo te daré un mapa de las inmediaciones, es decir, hasta un poco más allá del sistema de Alfa Centauri, pero no mucho más amplio. Más adelante, tendrás que preguntar a quien encuentres por el camino, pero tengo entendido que es fácil encontrar a cada tanto otros establecimientos como el nuestro, nubes protoplanetarias o sistemas donde fácilmente encontrarás quien te dé indicaciones y estrellas que amablemente se ofrezcan a impulsarte. Eso sí, no olvides estar atento a las señales y a las indicaciones, no te vayas a saltar alguna salida en las circunvalaciones y te quedes finalmente en un viaje tipo P y lejos de casa…
- Sí, señor –contestó con ojos rebosantes de entusiasmo y atención el asteroide-. ¿Cómo hacemos para el pago, señor?
El señor Kuiper quedósele mirando con cara paternal y bonachona, se dirigió hasta una estantería, desempolvó una vieja cámara de fotos rusa con la manga de su chaqueta y se la entregó al asteroide con un gesto cuidadoso y firme.
- Me basta con que traigas suficientes fotos como para hacer nuevos pósteres y recordar antiguos viajes que me relataron amigos.
El asteroide comprendió en ese instante el inmenso favor que le estaba haciendo el señor Kuiper y alcanzó a ver un rasgo de nostalgia en alguien que había escuchado todas las historias de todos los viajeros de dentro y de fuera del Sistema, pero que nunca había tenido la oportunidad de experimentarlo por sí mismo. En ese momento le dio un rápido abrazo a lo poquito que podía abarcar del señor Kuiper y, algo avergonzado por su súbito arrebato, impropio de una roca de su porte y de su rango ahora que era explorador, se dirigió hacia la puerta.
Justo antes de atravesarla, el aún algo estupefacto señor Kuiper le indicó:
- ¡No te retrases! Dentro de 4 días, al acabar el tránsito del Guerrero Rojo, te quiero en la puerta listo para despegar.
Y así fue como cuatro días después el pequeño asteroide ya se había despedido de sus amigos y familiares, de la hermosa señorita de la agencia y había hecho los arreglos pertinentes para su largo viaje.
Todos los miembros de Cinturón estaban listos para darle el empujón necesario para que iniciara su viaje con primera etapa en las cercanías del Sol, cuando el señor Kuiper se acercó con una capa larga de cola, la mitad derecha azul y la otra blanca, se la ató firmemente al cuello para que no la perdiera y le dijo con aquella voz profunda:
- Ya tienes tu capa de viajero. Como ves, es larga y grande para distinguirte como explorador. Lúcela con compostura y elegancia allí por donde vayas, para que puedan deleitarse con ella los que la vean en pago a la ayuda que te puedan prestar. –Y en un susurro más bajito le dijo con un guiño final– Disfruta de tu viaje y no olvides traerme fotos.
El asteroide, ahora cometa, lo miró fijamente con una sonrisa antes de ponerse las gafas de sol y encarar hacia el centro del Sistema, anunció que estaba listo, se produjo el cuarto contacto del tránsito del Guerrero Rojo y, a la señal de tres, todos los habitantes de aquella sección de Cinturón se comprimieron, contonearon y reorganizaron para darle el empujón gravitatorio que envió al joven asteroide camino del viaje más fantástico que nadie haya realizado jamás.
Cuentan las historias que, de vez en cuando, un rayito de luz trae noticias sobre el joven explorador a Cinturón o alguna foto que ya haya revelado para el señor Kuiper, pero nadie sabe a ciencia cierta dónde está o si ya ha alcanzado a tocar el fondo de terciopelo azul. Sólo saben que al señor Kuiper le prometió que volvería y que todavía no ha olvidado su promesa ni sus sueños de viajar, pues aún envía relatos y leyendas con los vientos estelares y la luz de galaxias lejanas.
FIN
1 comentario:
Que potito.
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