viernes, enero 05, 2007

La encina era tan grande que para abrazarla hacían falta dos personas. Desde que tenía cuatro o cinco años me gustaba contemplarla. Allí me quedaba, sentía la humedad de la hierba bajo mi trasero, el viento fresco entre los pelos y sobre la cara. Respiraba y sabía que existía un orden superior de las cosas, y que en ese orden yo estaba incluida junto con todo lo que veía. Aunque no conocía la música, algo cantaba en mi interior. No sabría decirte de qué clase de melodía se trataba, no había un estribillo preciso ni un desarrollo. Era, más bien, como si un fuelle resoplara con un ritmo regular y poderoso en la zona próxima a mi corazón, expandiéndose por el interior de todo el cuerpo y por la mente, y emitiendo una gran luz, una luz de doble naturaleza: la suya, de luz, y la musical.

[…]

Poco a poco desapareció la música, y con ella la sensación de honda alegría que me había acompañado durante los primeros años. La alegría, ¿sabes?, es justamente lo que más he añorado. Posteriormente, seguro que sí, incluso he sido feliz; pero la felicidad es, respecto a la alegría, como una lámpara eléctrica respecto al sol. La felicidad siempre tiene un objeto […]. La alegría, en cambio, no tiene objeto. Te posee sin ningún motivo aparente, en su esencia se parece al sol: arde gracias a la combustión de su propio corazón.

Donde el corazón te lleve
Susanna Tamaro

4 comentarios:

Gaia dijo...

Para aquellos que conocéis la música de que habla y para aquellos que andáis en busca de la diferencia entre felicidad y alegría.

También para aquellos que alguna vez topasteis con Momo en vuestro camino.

;-)

xhaju dijo...

No conozco a Momo.
Pero la música de las esferas tiene que ser parecido a esto.

Gaia dijo...

:) Tú eres de la primera categoría... y, bueno, tendré que encargarme de que tropieces con Momo. :)

Anónimo dijo...

¡¡Que tropiece!! ¡¡que tropiece!! :)