sábado, enero 14, 2006

El personaje (por Luis Maggi)

Cada día por la mañana lo primero que solemos hacer de manera automática es comenzar a ponernos el personaje. Apenas abrimos un ojo hay un instante temible y asombroso en que sólo somos una ventana que se abre a la luz. Flotamos entre dos mundos, uno que llega y otro que se despide. Después, la memoria nos sirve paulatinamente el regusto conocido de la identidad. Volvemos a reconocernos a medida que recuperamos la historia personal.

La vida es un proceso que se autorrecuerda, y el personaje es el resultado de esa historia que nos contamos. Con las primeras impresiones, mientras los dedos de los pies se estiran para la acción, reconstruimos nuestro rompecabezas singular, tratando de no dejar huecos y salir completos a la calle. Pero esto raramente se consigue. En nuestra trastienda nocturna, el otro que somos mientras dormimos vive empeñado en contar una historia paralela y diferente.
Ponerse el personaje suele ser una tarea complicada; hay fragmentos, capítulos gloriosos o abominables que no encajan, porque probablemente los hemos inventado. El rostro adormilado ante el espejo suele reflejar la fatiga que provoca asumir cotidianamente esas invenciones mentirosas. El rictus resignado de quien fue Pablito, Pedrito o Marujita debe revestirse con la máscara del prestigioso profesor, el adusto gerente o la agresiva directora. A medida que crecemos o envejecemos el ritual de la mañana se vuelve más complicado y aterrador. ¿No nos habremos olvidado algo? Un súbito ataque de amnesia puede hacer pedazos el invento y dejarnos con el alma en pelotas.

Por fortuna, el teatro del mundo facilita el triunfo definitivo del personaje. La mirada de los demás suele indicar si llevamos la máscara bien puesta y respondemos a la imagen que hemos creado con su ayuda. Después de tantas fatigas y resistencias inútiles, el invento ha conseguido ocupar la mayor parte del espacio interior. No daremos sorpresas; el prestigioso profesor no mirará el trasero de sus alumnas, el adusto gerente no dejará su corbata ni la directora se fugará con el conserje. Con el ajuste obediente a los roles externos consumamos el crimen perfecto.

Cada día por la mañana seguimos el ritual de ponernos el corsé de personaje, recomponemos los recuerdos a las exigencias del día y aceptamos fabricarnos una pesadilla hecha a medida. Mientras echamos la última mirada a nuestro aspecto, antes de salir al mundo, solemos descubrir una luz de tristeza en nuestros ojos recién despabilados. Un cierto brillo esencial y menguante, la presencia elusiva y melancólica del otro; eso íntimo, vivo y muy nuestro que estamos dejando morir por una farsa.

Luis Maggi
Publicación Ser Humano

1 comentario:

Anónimo dijo...

No hace mucho discutí con un amigo. No era una discusión acalorada, pero es de esas en las que piensas (por vez primera) en algun asunto que había siempre estado de la mente en el rincón oscuro.

El tema principal era el siguiente: teatro.
Conforme hablabamos, ibamos sacando en claro que, al parecer, la vida que nos rodeaba era un teatro. Ya fuere por mero reconocimiento externo, o por ser buenos artistas, habíamos sabido hacer de nosotros una escultura polimórfica adaptativa; esto es, un personaje que desdibujaba nuestra silueta interior y que era capaz de verse distinto mirado desde distintos ojos.

Podríamos suponer que nuestro personaje parte de un escrito. Nosotros, una página en blanco, nos habíamos dejado escribir por aquellos poetas que, no contentos con cumplir su propio papel, se dedicaban a taladrar con sus palabras las lineas inmáculadas de los demás. No obstante, podríamos haber sido una hoja de papel rebelde, de esas que se empeñan en permanecer en blanco incluso ante el más atemperado escritor. Pero, en vez de eso, decidimos pertenecer a "una gran obra" en la vida. Decidimos ser una de esas cientos de miles de hojas ajadas que pueblan las estanterías de medio mundo a medio escribir. Lo peor de todo, es que no ser obras de un único poeta, tenemos trozos incoherentes, tachones, y desvaríos que nos hemos producido por no limitarnos a ser un reto.

Podríamos ser un Don Juan Tenorio, inclusive un Don Quijote; tal vez Julieta, Juana de Arco,...pero decidimos dar el poder de Pygmalion a todo ser que se atreve a escribir en nosotros, sin atrevernos siquiera a examinar la caligrafía de las palabras que nos inculcan.

Sin embargo, también es cierto que hay papeles rebeldes. Que existen obras maestras, dónde una buena pluma ha dejado su rastro a lo largo de una obra. Bajo este punto de vista, un sóneto desdibujado en un papel, adquiere más valor que cualquier epopéya mal escrita, o que una saga de sátiras inundando tomos...


Ni mil volúmenes mal escritos serán capaces de ser leídos, por muy atractiva que sea la portada.

Pero una palabra puede llenar una hoja: definir una vida.