es un extenso territorio virgen y salvaje,
aún en nuestros días.
No ha reconocido fronteras ni límites humanos,
Salvo aquellos que le ha dictado su propio espíritu,
Y no la política de dos repúblicas.
Desde el estuario del Río Santa Cruz por el Oeste
y el Golfo de Penas por el Este,
unidos ambos por una línea imaginaria,
hasta un Sur común en el peñón del Cabo de Hornos,
extiende sus dominios.
Es una tierra de extremos,
azotada por vientos despiadados
desde los lejanos días cuando el hielo se abrió,
para dar paso al verde arraigado a las rocas.
Tierra mágica, contradictoria,
cuyos peligros físicos no existen,
para dar cabida al mayor de los peligros:
los del espíritu.
Embruja con el juego de sus nubes
al vaivén de las grandes corrientes en las alturas,
los cielos tornasolados, los hielos eternos,
la vastedad de sus pampas,
el rumor de las aguas en los canales,
el lamento de sus bosques y
el susurro de un viento implacable.
Una tierra por descubrirse,
en la cual se desembarca con el pendón en la mano,
para tomar posesión de ella,
siempre y cuando así lo acepte.
Permanece como testigo
de una época de aventureros
en busca de un destino mejor,
cuyos lejanos habitantes
fueron cayendo ante la modernidad.
Sus cortos días de invierno en contrapunto
a las cortas noches de la época estival,
no olvidan la sangre que se regó
en los grandes valles,
uniendo a los soñadores y a los primeros.
Pero,
a pesar de todo…
en el corazón de estas vastas tierras:
(la) última esperanza…
Anónimo
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